EL POLVO SIN POLVO
Ya sabemos que todos pasamos por una época en la que, por más que busquemos cada sábado, no nos comemos una puñetera rosca (La mayoría de las veces dura más de lo que queremos admitir) y en contrapunto, cuando solo queremos divertirnos y no andamos buscando sexo (Esperar que me descojono “No andamos buscando sexo” pongo ahí con todo mi valor...) Nos encontramos sin darnos cuenta con que se nos presenta la oportunidad con quien menos lo esperamos y más a menudo que en cualquier otra época que puedas recordar (De hecho yo ni siquiera recuerdo la mía). Coñas aparte, yo estaba pasando la época en la que me declaré a mi mismo y al mundo, músico compositor y poeta y me estaba abriendo a conocer otros “intelectuales artistas” como yo.(Me convertí en el imbécil snob y pomposo del que siempre me había reído desde pequeño). Conocí unos Jipiguays que eran estudiantes, trabajadores o paseadores de currículum que vivían en la ciudad de Huelva que para mí era poco más o menos como Nueva Orleans y Nueva York todo en uno. Abusé de la confianza de mis amigos estudiantes, hasta el punto de llevarme las botas de un amigo porque los zapatos que yo llevaba me apretaban y jurarle que estarían a punto para que se las pusiera y fuera al examen que tenía a primera hora al día siguiente (Al que no iría o fue descalzo porque yo ni se donde acabé). Los fines de semana, cuando no los pasaba en Huelva entre los nuevos dioses de la cultura, los pasaba en Lepe. No se los demás escritores, cantantes, escultores... Yo follaba menos que un muerto bocabajo. Conocía chicas, salía con ellas, nos emborrachábamos, pero no nos enrollábamos, unas veces porque no les gustaba ni un poco, otras porque tenía un código de honor (De pagafantas) por el que nunca me aprovecharía de una chica mientras estuviera vulnerable por el consumo de alcohol, estupefacientes, sensible por un desengaño amoroso o por alguna mezcla de dos o más de estos estados de vulnerabilidad (El caballero andante de la paja al Alba, ese era yo). Como suele pasar en estas cosas, acabé fumando canutos tras iniciarme en ellos durante una profunda y subversiva conversación filosófica (Comenzamos hablando del cosmos y ser uno con el universo durante unos 40 Segundos hasta que degeneró en una comparativa sobre los mejores culos, pechos y labios de las tías que conocíamos) con otros dos tipos, y acabe siendo fumeta habitual. Cuando llegó el verano, yo ya compraba las mejores bellotas culeras procedentes de Marruecos al más económico de los precios. Me pasé el verano en una nube, me custodiaba (Eso creo) mi inseparable amigo Carlos, ajeno a mi época de intelectual en la que pasé de él y me soportaba las fumadas hasta que se hartaba y se iba. Dentro de esa nube, hay una historia que recuerdo casi en su totalidad. Salí con Carlos y me fumé medio Marruecos en Isla Cristina. Así me encontré horas después, a mi mismo bailando y dándolo todo en la pista de baile de la disco la “Al-Burraca” frente a una chica que me hacía ojitos. Me llevó a un rincón de aquellos bancos con Luces de Neón de la parte de arriba y allí me comió la boca cual si fuera un desatascador de goma y su lengua fuera una batidora. Se puso algo en la uña y lo sorbió por la nariz, a continuación , me lo ofreció a mi (Mi primera experiencia con la farlopa, hubo alguna más, pero nunca me entusiasmó). Me dijo al oído, “Yo soy Marta, vámonos de aquí, quiero que me folles” No hizo falta que me repitiera semejante insinuación llena de romanticismo y ternura, puesto que yo, a pesar de mi estado de descomposición etílica y politoxicómana, comprendí el mensaje oculto entre los versos de aquella poesía. Salimos de aquel antro lleno de humo, olor a sudor, tabaco, humanidad en general y alcohol. Mi intención era llevarla a las oficinas de mi tío que exportaba pescado con un par de camiones.
Se podía acceder a la oficina a través de una puerta lateral que comunicaba el almacén con el piso de arriba que era donde vivían mis tíos, era un negocio familiar. Allí había un sofá-cama donde poder evolucionar sexualmente y que en alguna ocasión habíamos probado casi todos de ahí su olorcillo entre añejo y rancio característico. Pero he aquí que la fría brisa del puerto, unida a que hacía ya unas cuantas horas de la última calada canutera y que el efecto de la cocaína resta los del hachís, a mí se me fue pasando el colocón. Me fijé en Marta que iba en silencio y nada cariñosa (Lo mismo podía estar conmigo que ir a comprar al súper) , me fijé en sus ojos, su pelo de corte a lo garçon, sus labios carnosos, sus redondos y grandes pechos y su trasero respingón y me dije a mi mismo (Joder, que poco me gusta esta tía), pero era sábado por la noche, el razonamiento, el sentido común, los gustos y la autoestima, estaban en mi cabeza, y mi cabeza estaba muy lejos de mandar, a esas alturas mandaban mis huevos y mi polla como nos sucedía a casi todos los tíos en esas noches del fin de semana (Y cualquier otro día).
Así llegamos a la oficina de mi tío. Viendo que era bastante posible verme traicionado por mi aparato genital en forma de gatillazo (Seguía fijándome en ella y cada vez me gustaba menos) opté por obviar el sofá-cama y ponerme erótico-festivo-sofisticado. Aparté de la gran mesa de oficina la máquina de escribir (Estamos contando una historia del pleistoceno) los bolígrafos, calendario de mesa y demás enseres de oficina, puse una manta tapando el frío tapete y le pedí a Marta que se tumbara en ella. Decidió ella abreviar y quitarse pantalón y bragas dejándose solo una camisa de tirantes minúscula, noté que me ponía a tono al mirarla, y cuando me puse en faena, fui de su boca a su pecho izquierdo, de ahí al derecho y luego fui bajando beso a beso hasta llegar a su sexo húmedo (En aquellos tiempos la depilación era algo que estaba en sus inicios y se atribuía a putarrones, por lo que normalmente nos encontrábamos una mata frondosa y salvaje. Ahí cometí mi fallo garrafal, abrí los ojos para buscar la zona donde hacerla disfrutar, pero vi que tenía un labio vaginal hacia fuera y el otro metido hacia dentro.(Debo explicar que aunque el morado que llevaba unas horas antes, se había amortiguado bastante, Tampoco me encontraba al 100% de facultades, al 65% era ser optimista) La imagen dio al traste con mi erección, por lo que decidí darle a ella el placer que seguramente yo no iba a recibir; me dispuse a hacerlo pero antes me pareció lícito, sacar afuera el labio vaginal que estaba metido hacia dentro (Así se razona cuando se está tó fumao). Con mi mano torpe fui procediendo a la colocación satisfactoria y más o menos simétrica de ambos labios, mientras mi otra mano pretendía hacer unas caricias por el pubis sin demasiada eficacia ni precisión puesto que estaba concentrado en el labio mal posicionado (Ya sabéis lo de los hombres y hacer dos cosas a la vez). Marta sintió que estaba pasando algo que no era lo que esperaba y preguntó.
-¿Se puede saber que estás haciendo?
Yo respondí sincera y estúpidamente.
-Lo estoy colocando bien que está torcido...
A partir de ahí todo fue mal. Ella empezó a gritarme ¿¡Como que está torcido!? ¡¡¡Tú si que estás torcido mamarracho!!!, ¿¡Te crees que mi coño es un cachondeo!?, ¡¡¡Mi coño es perfecto hijo de puta...!!!” Mientras yo le decía que bajara la voz para que no despertara a mis tíos, como si oyera llover, siguió gritando improperios e insultos de todos los colores. De pronto se encendió la luz. Mi tía Rosario estaba allí con un camisón blanco como la niña de la curva. Salió su voz de ultratumba.
-Tu chica, vístete y vete a tu casa.
Marta obedeció en silencio y desapareció para siempre de mi vida en menos de un minuto.
-Tía...
Empecé a decir buscando como y que decir para explicarle.
-¡¡¡A la cama!!!
Me espetó. Obedecí y me dormí. Al día siguiente me desperté y fui a desayunar a la cocina. Mi amigo Carlos (Experto en caer bien a todas las madres del mundo) estaba allí. Carlos me preguntó que había pasado, me había visto irme con esa chica y no supo más. Con mi tía Rosario no puedes inventarte una patraña, da igual la trastada que hagas, siempre existe el perdón, pero no soporta la mentira, por lo que conté la historia con todo tipo de detalles y señales mientras Carlos se desternillaba de risa y mi tía se levantaba cada dos por tres a colocar o sacar algo de la Nevera para que no la viera reír. Pasó algún tiempo hasta que dejé de ponerme tenso cada vez que quitaba las braguitas a una chica que se fuera a acostar conmigo.
MIDNIGHTER TRENT (Javier Orta)
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