MIDNIGHTER TRENT

Tras muchos intentos, por fin me saqué el carnet de conducir y empecé a disfrutar de esa libertad que tienes cuando curras y tienes coche y pelas y 0,0 responsabilidades. Tenía mis bolos, mis nuevos colegas y cada finde era una aventura, un pueblo nuevo, otro lugar dónde no me conocían, era anónimo. Iba con otro amigo, Tomás, elocuente, gracioso, un punto peligroso, un  yonki en ciernes, Mister Rock’n’Roll. Encandilaba a las chicas y a los chicos, era la estrella del momento y nadie le hacía sombra. Consumidor de estupefacientes, politoxicómano y también tomaba cubatas. Yo era el compañero perfecto, el “Robin” que podía conducir cuando él estaba puesto hasta las cejas. Como buen politoxicómano, invitaba a consumir, sobre todo para que llegado el momento de pillar, participara de forma activa y sobre todo como productor ejecutivo de los extraordinarios eventos del mundo del camelleo de la ciudad de Huelva. Hubo veces que aporté y consumí, otras aporte solo y muchas ni lo uno ni lo otro.

Una vez pasada esa época en la que vas probando de todo y todo te gusta y te sorprendes pensando que fácilmente vas a quedarte enganchado de algo más pronto que tarde, ese momento justo en el que te das cuenta de que vas madurando y haciéndote mayor. Pasado el encantamiento que producen los efectos de las drogas y las endorfinas y gametos en esporas que desprenden los Toxicómanos, te das cuenta que no es tan magnífico y que uno mismo es bastante espectacular sin tener que estar a la sombra de nadie, ni bajo los efectos de nada, entonces empiezas a dosificar tu tiempo junto a esas amistades con las que poco a poco te sientes menos cómodo, aunque tengas un sentimiento de traición como si fueras Jack Lemmon en "Días de vino y rosas" cuando al final abandona a su suerte a su compañera.

Pero bueno, yo estaba columpiándome a ratos entre lo legal y lo ilegal y sin saber porqué (Si que lo sabía), empecé a sentirme en el punto de mira de un guardia civil que tenía fama (Más que merecida) de tener la mano muy larga. En la Antilla, es tradición en verano, hacer botellones en parques y playas de esos que se celebran en rebaños de no menos de 15 o más miembros, los cuáles quedaban disueltos y con las bebidas confiscadas por la benemérita en numerosas ocasiones. El primer avistamiento o encuentro con este hombre al que llamaban “Sargento Luna” fue cuando disolvió un botellón que se celebraba junto al Pub Chevalier, todos desaparecieron y se pusieron a salvo salvo el tonto de turno que se había cogido su primer “moco” monumental y que mientras la GC intentaba pillar algún desaprensivo, aquel fenómeno se sirvió un cubata de ron y se lo empezó a beber mirando a los Guardias como quien ve un espectáculo callejero ante la mirada incrédula mía y de mucha gente. En el pub sonaba esa gran canción de Phil Collins que acompañaba a la guitarra Eric Clapton que se titulaba “Ojalá lloviera” y en cuanto lo vieron eso fue lo que pasó, le empezaron a llover palos de todos los colores, aquel bestia, sacó su porra y le dio en toda la boca con ella, y vimos caer varios dientes, como caían al suelo las cuentas de perlas del collar arrancado a la madre de Batman en los cómics, pero eran los dientes de aquel chaval ante nuestros rostros horrorizados, al menos el mío. Entonces se adelantó mi coraje y mi boca a mi sensatez.

-¡Te has pasado con el chaval!, ¡Eres un hijo de puta!

Aquel cerdo se dio la vuelta hacia la multitud que lo estábamos observando.

-¿Quien ha dicho eso?

Silencio sepulcral, fue la respuesta como suele pasar en esas ocasiones. Se volvió de nuevo al chaval que presentaba un cuadro grotesco con toda la boca, barbilla, cuello y camisa llena de sangre y parecía tener la firme intención de seguir golpeándolo mientras lo sujetaban dos de sus compañeros para que no cayera al suelo con cara de preocupación.

-¡¡Deja al chaval ya hijo de puta!!

Me volvió a traicionar mi boca y mi corazón. Esta vez si se volvió y me localizó, avanzó 2 pasos hacia mí y cuando empezaba a apuntarme con el dedo mientras yo estaba paralizado por el miedo, la salvación apareció desde el lateral en forma de guijarro que le acertó en la sien. Empezaron a lloverles piedras de todos lados a la benemérita y alguien me agarró de los brazos y tiró hacia atrás de mí llevándome medio en volandas a través de la multitud congregada.

-¿Tú estás gilipollas? Ese es el sargento Luna. Es un puto zumbado y es muy peligroso.

Era Carlos al que no había visto en toda la noche y tampoco en los últimos meses.

-En serio, ese tío está pirado del todo. No has visto la cara que le ha puesto al chaval? Le ha saltado varios dientes y le da igual. No está bien de la cabeza ¿Cómo se titula esta canción de Phil Collins? Es un temazo.

Terminó su soliloquio con esa pregunta y esa afirmación, como un majara de su edad.

-I Wish It Would Rain Down. Pero es que lo iba a matar que podía haber sido yo el que ahora estaría sin la mitad del teclado. El que toca la guitarra es Eric Clapton.

Le respondí y me miró confirmándome que no sabía lo de Eric.

-¿Y tu sabio amigo Yonki donde se habrá metido?, ¿Has traído coche? Seguro que te espera junto a él. Vámonos a otro sitio, aquí la cosa solo va a empeorar.

Nos fuimos dando un paseo por lo que una década después sería el paseo marítimo en La Antilla, hasta donde había aparcado el coche, y aunque era verano, decidí que nos iríamos a tomar algo a Lepe esa noche y los próximos días aunque estaba casi vacío, pero era mejor que no vieran mi geta por allí, sobre todo esos señores de verde.

Los siguientes días salí por “el Bujío” cuyo nombre real no recuerdo pero que regentaba una señora de unos 50 años con algo de sobrepeso que vestía mallas de putón verbenero (Y lo era) y sus dos hijas menores de 17 y 16 años con más tiros pegados ya a esa edad de los que yo tendré pegados nunca. Eran monas pero con ese algo de resabiadas e inalcanzables que limitaba toda mi comunicación con ellas a un “hola qué tal, ponme una cocacola” a pesar de que muchas veces se sentaban a mi lado (Sobre todo si estaba conmigo Carlos esparciendo sus feromonas) Bueno, resumiendo, que no las molestaba ni ellas a mi.

Conocí a través de aquel pub a un grupito de chicas que, por alguna razón, no iban a La Antilla a pesar de que fuera mediados de Julio, y como tampoco es que hubiera mucho donde elegir, unos días después teníamos un contrato inexistente de GPS y control visual de una especie de manada o de banda que hasta quedábamos de una tarde-noche a otra para cenar y luego irnos al único antro abierto “El Bujío” que además nos ponía la Música que pedíamos ya que éramos sus únicos clientes. Era la época dorada del Tetris que marcó el principio de la decadencia de los salones de máquinas de videojuegos y casi la antesala de los primeros móviles aquellos ladrillos alcatel indestructibles. La banda éramos unos 10 con algunos intermitentes (Como Carlos) que iban y venían. Había un par de tipos que no ofrecían conversación medianamente interesante más allá del saludo inicial y 5 escasos minutos y luego todo era un “¿Vas a la barra? Pídeme una” 4 o 5 chicas de esas que van andando por la calle tipo comadre con los brazos cruzados, aunque estén sentadas y tengan la copa en la mano y además lo hacen de forma natural. Las dos hijas de la dueña del garito, dos chicas más que eran o serían pareja no tardando mucho y una chica más del tipo de las que le gustaban a Carlos, morena (Bueno, aunque el pelo le daba un poco igual), buen culo, buenos pechos y buena estatura, además era bastante agradable. Sin embargo Carlos no le había entrado. Mi amigo el yonki salió un par de veces y no apareció más centrándose en la playa y los veraneantes.

En Lepe y en los pueblos de Huelva en general, daba igual que estuvieras en un antro Heavy, una discoteca o un bareto de Rockers, era imposible librarse de los 3/4 de hora de rumbas y sevillanas que, da igual que hubieran pijas, heavys, rockabillyes o raperas, todas las pivas bailaban las sevillanas mientras los que no las bailábamos ni éramos palmeros, mirábamos las evoluciones de estas durante el baile rogando que terminaran pronto las danzas. Hay que reconocer, que algunas chicas eran espectaculares bailando y contoneando su figura hasta el punto de conseguir que los espectadores como yo, luego llenáramos con sus imágenes nuestros momentos de calidad y amor propio de los mancos.

Así me pasó una noche cualquiera que pusieron sevillanas y después rumbas y fue mientras sonaba Junco y aquella cosa del “Fruto prohibido” en la que un tipo le cuenta a su churri que se ha trajinado a la mejor amiga de ella y encima quiere seguir con su churri con toda la geta del mundo mundial porque su mente volaba a su lado y con la porra en la mano pensaba que eras tú y tal y cual...

Henar bailaba con una amplia falda ibicenca con mucho vuelo y una camiseta también nácar, completamente consciente de que cada movimiento, gesto y mirada era una provocación que difícilmente podía ser ignorada por nadie, fuera hombre, mujer y cualesquiera que fuera su orientación sexual. Tampoco importaba la música que estaba bailando, ella estaba hechizando a todos con su danza. Así estuvo un rato haciéndonos subir la temperatura a todos, menos a Carlos que cuando yo estaba mirándola embelesado (Babeando), me dio un toque en la espalda y me dijo.

-Buena chica, lástima que tenga la tara familiar. Su padre es el puto loco del sargento Luna.

Mientras tanto, Henar terminó de bailar y se acercaba a Carlos y a mi sonriente, pensé que se acercaba por Carlos (Como solía pasar). Miré a Carlos un segundo, no le dije nada, pero él dijo.

-Vaya, veo que estás decidido a complicarte la vida.

Se puso junto a nuestro rincón de la barra mientras pedía una cerveza radiante, sudorosa y feliz tras el esfuerzo del baile.

-Estoy muerta matá.
Nos dijo sonriente. Carlos pagó las copas de los tres y mientras le daba las gracias, me cogió una mano con las suyas.

-No has venido a bailar conmigo.

Me dijo sonriéndome con todo su cuerpo.

-Es que bailas muy bien y lo habría estropeado

Me disculpé azorado.

-Eso me da igual, yo quería que bailaras conmigo. Bueno, ya bailaremos.

Después de eso le dio un generoso trago a su cerveza hasta dejarle un culín de unos dos dedos y me dijo al oído dejándome su aliento cervecero que, al contrario de otros olores de bebidas con alcohol, no me desagrada. “Tu no te separes de mi, que si hago hoy una locura, quiero hacerla contigo”. Sonó esa música para mis oídos como el mejor concierto de rock de la historia al que jamás me habían invitado. Poco rato después salíamos en dirección a mi coche Carlos y una chica a la que habíamos conocido esa misma noche (Así era Carlos), Henar y yo. Fuimos a los chiringuitos de Playa nocturnos de moda. Probamos la arena de las calas de punta Umbría y de Islantilla y las frías aguas del Atlántico de noche desnudos, como en las películas románticas cutres de los domingos por la tarde en la cadena de TV de los tristes.

Al principio no me di cuenta de que cada vez que mi mano se movía para acariciar sus pechos o su rostro sus ojos se cerraban con fuerza. Me percaté de ello unos días después y que eso era extensible a cualquier movimiento cercano que registrara su visión periférica. Esto me preocupó y le pregunté que pasaba, entonces me contó la historia de su familia y de cómo hay monstruos con disfraces de humanos. Aquel mismo Guardia Civil que a mí me había parecido un psicópata, lo era a todas luces. Un maltratador, que pegaba a su mujer y a veces, a su hija, que estaba pendiente de una suspensión y un juicio por abuso de poder y dar palizas a detenidos o en redadas. Sus padres estaban separados, aunque eso su padre no lo entendía y se presentaba en la casa cada vez que le daba la gana, la mayoría de las veces buscando bronca o, mejor dicho buscando sobre quien descargar su borrachera o sus frustraciones. Aunque en esos tiempos, no había el conocimiento, conciencia y educación social de hoy en día en la que a la violencia de género podemos referirnos, aunque yo había conocido y tratado a varios maltratadores.

En esa época hablar de maltrato era poco más o menos cosa de moderno o de mariquita y un miembro de la guardia civil tenía mucha más impunidad, fuerza y peso ante la ley, sobre todo en un pueblo y si encima era sargento más, que cualquier otro hombre o mujer; aún así, este tipo las debía estar haciendo cuadradas para estar en el punto de mira; si sumamos a eso que la madre de Henar, no era una mujer a la antigua, que además se conservaba igual o mejor incluso que su hija, y una vez separada empezó a salir y a trabajar en la joyería de sus padres, añadimos que se alquiló un piso en Huelva en el que se presentaba aquel zumbado cada vez que estaba mamado o simplemente, se le cruzaba un cable y fueron muchas las veces que se tuvo que avisar a las autoridades y aquellos servicios sociales de principios de los 90 casi no sabían ni por donde empezar en esos tiempos. Me encontré jugando peligrosamente al escondite, esquivando a la guardia civil, en especial, y a la gente del pueblo, salvo mis amigos, en general.

Aprendí a ir de puntillas en el sexo, y fui lento y delicado a la hora de acariciar, besar y amar para lograr la suficiente confianza en mí y mis intenciones y ganarme al subconsciente asustado y en tensión de Henar y que no temiera ver mis manos moverse; no lo conseguí al 100% pero me acerqué bastante.
Luchaba también conmigo mismo con un sentimiento de rabia y rebeldía producido por el estrés de tener que andar con 100 ojos para que mi pareja, su madre o yo mismo no corriéramos peligro. Salíamos en Huelva, Isla Cristina o Ayamonte con tal de no encontrarnos con el padre de Henar, mientras mi impaciencia fue creciendo y agriando mi carácter.

Un día que se fue pronto a casa mi amigo Tomás el Sabio y yonki a partes iguales me fue a buscar para que fuera con él a La Antilla y me fui para dejarme atontar por el Cannabis y el polen de ketama. Me fui a las 23h y a la hora en la que se retira Cenicienta, ya tenía un morado considerable que me hacía hablar con dificultad, media hora más tarde ya veía a la gente moverse como los dibujos animados y Tomas hablaba de algo que no consigo recordar pero que seguramente, tenía mucha menos gracia de la que él pensaba y de la que me estaba haciendo a mí.

De repente apareció el padre de Henar vestido de verde, me parecía que estaba más lejos de lo que, en realidad, estaba, porque cuando le dije en voz baja, o eso creía, a Tomás.

-Cuidado, la Bofia.

Me agarró por las solapas aquel energúmeno y me empezó a zarandear y abofetear mientras repetía algo así como “¿A quien llamas Bofia niñato??, ¡¡Tú eres el que me llamó dos veces hijo de puta!!, ¡¡Dímelo ahora!!” Todo esto mientras recibía un bofetón tras otro que me están quitando el morado a marchas forzadas hasta el punto que estaba casi fresco ya y podía hablar con fluidez entre hostia y hostia. Yo negaba, aunque no lo hacía del todo bien “Suélteme, yo no le dije nada so hijo de puta, se lo advierto, suélteme ya o se arrepentirá, hijo de puta...” Él me agarró la cara con una mano y me acercó la suya mientras me decía “¿Me estás amenazando niñato?” Su aliento maloliente me entró de lleno en la nariz y no me resistí más. Mi estómago se vació por completo en la cara del sargento Luna, al que además pilló con la boca abierta y pudo probar aquella mezcla de hamburguesa, huevo, patatas fritas y cacahuetes del Bujío, Hachis y tabacazo, todo ello aderezado con salsa de bilis y jugos gástricos a medio digerir, que solté como una fuente durante lo que serían solamente unos segundos, pero a mí me parecieron minutos. El resultado fue un puñetazo en mi cara que me tiró al suelo sin que el dolor consiguiera que parara de reír, encima no podía evitar dejar de hablar entre carcajadas, lo cual enfurecía aún más a aquel psicópata “Espera hombre... ¿Que no vas a tomar el postre?... Si te quedas con hambre tengo sobras...” Sacó una porra de esas extensibles como aquella o la misma con la que le reventó la cara al chaval del botellón. Eso hizo que parara de reír.

-Tú hija Henar es amiga mía y soy familiar de Naranjo.

Le dije en un intento de apaciguarlo, debo explicar que Naranjo era el Teniente de la zona y no era familiar mío, era amigo-conocido de mi padre, eso quiere decir que estudiaron juntos. En el pueblo mi abuelo paterno era un “camisa vieja” en tiempos de Franco, lo que significaba que era un jefecillo territorial y también era el barbero de la zona y eso aún tenía algo de peso en el pueblo. No se si me creyó, pero plegó su porra, dijo algo a su compañero y se encendió un cigarro mirándome. Un poco después yo estaba esposado y dentro del temido Nissan Patrol camino de la casa cuartel.

Allí me enseñó cómo envolvía en una funda de almohada 5 o 6 naranjas mientras me explicaba que por muchos golpes que recibiera así, no me dejaría marcas, aunque podía reventarme el hígado o un riñón... Como si hiciera falta decirme algo para acojonarme aún más de lo que ya estaba. El caso fue que, cuando empezó a golpearme fue menos de lo que esperaba, al menos en ese momento, no sabía que me iba a pasar luego un mes doliéndome todo, estaba más preocupado por si me echaba la cara abajo a golpes que por los daños internos. No sé cuánto tiempo estuvo golpeándome, si sé que al final solo pensaba que quería irme a casa, meterme en la cama y convertirme en un tubérculo entre las sábanas. Alguien se acercó y le dijo algo, dejó de pegarme y me dijo que me vistiera, si, hizo que me desnudara antes de empezar a "Hostiarme". Así terminó mi noche de tortura. Me sacaron por la puerta trasera de la casa cuartel y me fui andando hasta mi casa en la otra punta del pueblo echo una mierda. Allí me encerré en mi cuarto sin salir salvo a comer y al baño.

Carlos que fue quien trajo mi coche de vuelta desde la Antilla, iba de vez en cuando a llevarme tabaco. Un día me sacó de casa y me llevó con Henar. Había pasado una semana y Carlos la había puesto al día de todo lo que había sucedido. Nos montamos en mi coche y nos fuimos a la playa de Nueva Umbría (Era una playa salvaje que hoy se usa como playa nudista). Me contó que su padre estaba muy mal y se habían tenido que ir a Huelva, que su madre y ella estaban muy asustadas. A su padre lo habían suspendido seis meses a la espera de juicio y se había emborrachado desde entonces. Llevaban unos días sin verle hasta esa mañana que lo fue a ver Henar y estaba sentado con la mirada perdida, se asustó al verle y se fue. Me dijo que se querían ir a vivir fuera su madre y ella. Se iban a ir a Zafra. Conocía bien aquel pueblo porque mi primer amor era de allí. Le hable de Rosario y le di la dirección y el teléfono. Después hicimos el amor como si no hubiera un mañana (Realmente no lo hubo). Pasamos la noche juntos amándonos, hablando, riendo, dormitando. Nos despertamos entumecidos en el coche, la abracé y besé. Desayunamos en el bar de Julio. El bar de Julio era el refugio, la última parada de los nocturnos antes de ir al catre. Llegabas allí, pedías un café y el resto del desayuno o tentempié lo ponía él a su juicio, luego te ibas a casa y volvías por la tarde, preguntabas que le debías y pagabas sin rechistar y agradecido eternamente por haber sido atendido.

La llevé a Huelva a la joyería donde curraba su madre. Al llegar allí, nos encontramos la calle llena de coches de policía, estaba todo acordonado con cintas. Nos dieron el alto y yo aparqué en doble fila. Le dije que me esperara en el coche, sabía que lo sucedido tenía que ver con sus padres, no sé porque, pero lo sabía. Llamé a un policía para preguntarle, por el rabillo del ojo vi a Henar corriendo hacia la joyería llorando y gritando “¡¡Mamá Mama!!”. A mi no me dejaron pasar ni explicarme, les dije que era el novio de Henar, pero no me hicieron caso. Aquella fue la última vez que vi a Henar en persona, luego la vi en televisión y en algún periódico. Al final el zumbado sargento Luna, había llegado a la joyería y había matado a tiros a la madre de Henar y a su abuelo. La vi en televisión llorando, intenté comunicarme con ella a través de familiares y amigos, de su abuela, de la facultad... Nadie sabía nada de ella, desapareció, se borró, se fue huyendo muy lejos y quiero creer que se cambió de nombre y se hizo una nueva vida feliz donde quiera que esté. Aún hoy, de vez en cuando, la busco por las RRSS. No la encuentro, pero si lo hiciera, no intentaría contactar con ella, solo me alegraría ver que le va bien.

MIDNIGHTER TRENT (Javier Orta)

Es necesario registrarse para comentar.