-¡¡Otra vez sin trabajo!!
Se iba lamentando mientras caminaba por el lateral de la carretera antigua del puerto. Caminaba a buen ritmo cargado con su mochila que contenía sus dos mudas, comida para un par de días, tres cuartos de una botella de whisky, su vieja navaja, media pastilla de jabón y una caja de puros con los "retales" de su vida en forma de recuerdos sin valor económico. Caminaba mas o menos a la mitad de la ascensión del puerto con la intención de desviarse en un par de kilómetros hacia un refugio que conocía y que en esta época estaría vacío. Allí encendería el fuego comería un bocado de carne salada o un poco de embutido y daría cuenta del resto de la botella que guardaba, cuando despertara seguiría su camino hacia... Bueno a dónde creyera que podía hacer falta un par de brazos dispuestos a currar de lo que sea. Así sucedió aunque llegó más tarde de lo que calculó. Decidió prescindir de la cena y pasar directamente a la botella, una vez encendido el fuego, con la leña que el guardabosque había dejado amablemente preparada. Se hizo un cigarrillo de liar y le dio el primer trago. En cuanto probó el dorado líquido, empezó a escuchar voces.
-¡Señor, eh señor! , ¡Ayúdeme!, Por favor señor.
Era una voz de niña, a pesar de que ya era noche cerrada, llovía como siempre hace en el norte y estaba en un refugio forestal en medio de la nada a más de 10km del pueblo más cercano y a más de 3km de la carretera. Antes de que lo atribuyese a la imaginación la voz sonó de nuevo.
-¿Señor, me va a ayudar? Mi mamá está atrapada.
-¿Que cojones...?
Dijo entre curioso y alarmado.
-Mi mamá dice que no se deben decir palabrotas. Por favor ábrame y ayúdeme.
Temió algún tipo de trampa, pero no podía quedarse toda la noche escuchando aquella voz implorando ayuda. Aunque solo fuera para darse cuenta de que la voz solamente estaba en su cabeza, cogió su navaja, pensando que si la tenía que utilizar como arma duraría bien poco, por lo que agarró una pala que había en el interior de la cabaña para quitar nieve e improvisó una antorcha con un trozo de tela que empapo de grasa y enrolló a uno de los tronquitos más delgados del fuego. De esa guisa abrió la puerta del refugio y a unos 20 metros de la puerta estaba la niña con un disfraz de hada color dorado según se podía adivinar por la parte que no estaban sucias o rotas, con corona y alas, aunque solo tenía una bien y la otra colgaba rota.
-¡Rápido!, ¡Sígame!, ¡Mamá está atrapada!
Le gritó la niña y se adentró en la oscuridad del bosque.
-¡¡¿Pero que coño?!! Solo le he dado un trago.
Le gritó a la oscuridad por donde casi había desaparecido la niña. Sin saber mucho lo que estaba haciendo, se puso a seguirla, pensó en si podía ser una trampa, "No será para robarme, porque puede que me tengan que dejar propina al ver mi gran riqueza " Se decía medio divertido y medio preocupado. No, era una niña sola en medio de un bosque enorme, tenía que ayudarla.
-¡Nena no corras tanto joder!
Le gritó.
-¡Mamá se va a enfadar si le escucha tantas palabrotas!, ¡Deprisa, estamos cerca!
Y apretó el paso, obligándole a él a hacer lo propio. Continuaron corriendo durante un rato, de vez en cuando ella cambiaba un poco de dirección o pasaba por un sitio por el que cabía ella al ser pequeña y él tropezaba soltando maldiciones, ella le recriminaba por su lenguaje y le instaba a que se diera prisa. Al doblar un recodo, le faltó el suelo y cayó durante una eternidad que duró menos de un segundo. Aterrizó de pie, se vio enterrado en fango hasta las rodillas.
-Hemos llegado, ayúdala, ayúdala ¡Está atrapada! Yo pude salir pero ella está atrapada, ¡Hay que soltarla!
Miró a su alrededor pero poco veía sin su pérdida antorcha.
-Cariño, no veo una puta mierda, perdón, no veo nada. Solo un bulto grande, parece una roca.
Le dijo mientras zafaba sus pies con cuidado de no perder sus botas.
-¡La pala, dale con la pala! Le gritó la cría.
Buscó a tientas la pala y agarrándola con ambas manos asestó un golpe a lo que parecía una roca enorme. Para su sorpresa, escuchó ruidos de cristales rotos, quedó consternado, no entendía que había sucedido. Tuvo la suerte de que el cielo aclarara un poco y pudo ver que había acertado en el cristal del copiloto de un viejo coche abandonado. Encendió su mechero y pudo ver los restos de un cadáver sentado en el asiento del conductor, por la ropa era el cadáver de una mujer. Apenas si quedaba algo de tejido de piel adherido a los huesos.
-¡Ayúdala, está atrapada!
La miró con pena, como podía hacerle comprender que ya estaba muerta hacía mucho tiempo? Como podía ella estar allí desde hace tanto tiempo?
-Cariño, cariño, mamá está...
Se quedó sin fuerzas para hablar.
-¡Libérala! Hablas muy feo, pero eres bueno, ¡Libérala!
"¿Que querrá que libere?" preguntaba mentalmente al saco de huesos que fue la madre de la niña. Fue entonces cuando lo vio y comprendió. Saco su vieja navaja del bolsillo y cortó tras varios intentos el cinturón de seguridad de la madre. El cuerpo cayó hacia un lado levantando una nube de polvo dorado que le recordaba vagamente a cuando tiran purpurina en una fiesta. Se desplazó hacia dónde se encontraba la niña, o mejor dicho, hacia donde estuvo la niña que ahora había desaparecido y en su lugar había otra nubecilla de polvo dorado muy parecida a la que brotó del cuerpo de la madre pero más pequeña.
-Gracias señor, ahora volveremos a casa.
Se quedó allí mirando como se desvanecía ese polvo dorado mientras empezaba a amanecer. Nunca supo muy bien cuánto tardó en volver al refugio, pero el sol empezaba a caer anunciando el final del día. Había enterrado el cuerpo de la madre junto al de la niña, que se encontraba en el mismo lugar donde había desaparecido transformándose en una pequeña nube dorada. Cuando llegó la botella le estaba esperando, después se la bebería, primero se iba a comer todo lo que le quedaba en la mochila, aunque tras devorar hasta la última migaja se quedó dormido. Tuvo sueños bonitos.
MIDNIGHTER TRENT (Javier Orta)