Relatos

La Ejecución del Cobarde

Todo lo que hizo lo hizo por los chicos. Por eso todos lo admiraban. Fue un buen hombre pero no un hombre bueno. Robó y mató en las luchas entre bandas. Asesinó familias enteras. Fue implacable, hasta cruel, un tipo duro de la peor calaña. Fue atrapado y torturado y aguantó el tipo durante días, inquebrantable.

Los suyos lo admiraban y temían. Lo pillaron, confesó y había pruebas suficientes para condenarlo a muerte 100 veces, fue el juicio con sentencia de pena capital más rápido de la historia. Aguantó el veredicto sin un gesto de temor. No tenía el más mínimo miedo a la muerte. La prensa nacional se hizo eco de ello, lo tildaron de loco. Eso le ofendió, solicitó un examen psiquiátrico que dictara su salud mental. Le realizaron pruebas de todo tipo, no tenía ningún trastorno mental, fue el resultado de los exámenes. Seguramente pensarían que lo hacía para librarse de la silla eléctrica. No era así, era un valiente y lo demostraría hasta el final.

Solo quedaba un día, hoy iba a recibir una visita, la primera y la última desde que ingresara en el corredor de la muerte. No tenía ni idea de quién podía ser pero, tampoco tenía nada programado para sus últimas horas, había rechazado a los clérigos y psicológicos. Por lo que era un total misterio para él la visita. Se dejó encadenar de pies y manos y aguardó con curiosidad sentado en una silla apoyando los codos en una mesa y observando la silla vacía. Llegó el guardia con una persona, un hombre grande como él a juzgar por su complexión, tenía puesta una casaca con capucha por lo que no podía ver su rostro. El carcelero le soltó las advertencias de rigor y cerró la reja tras entrar su visita, que dio cuatro pasos y se sentó frente a él quitándose la capucha.

-¿Sabes quien soy?

Si que lo sabía. Fueron amigos durante la infancia, ambos hijos de un barrio pobre. Él se hizo pronto un hombre duro y llevó una vida de acción y violencia, ganó mucho dinero con todo tipo de negocios ilegales, aunque jamás tuvo vicios ni adicciones. Su visitante, empezó a trabajar en una fábrica de pinturas, se casó y tuvo una hija y un hijo tardío que ahora tendría no más de 15 años. Estos caminos diferentes los separaron y dejaron pronto de ser amigos.


-Soy Jonás, fuimos amigos hace mil años o algo así. Tengo una hija felizmente casada desde hace unos años. También tengo un hijo, Damián nació y mi mujer se fue el mismo día, por lo que me encontré con 40 años y sin tener ni idea de cómo educar y criar a un niño y trabajar 12 horas al día. Mi hija me ayudó hasta que se fue a vivir su propia vida. Desde entonces he hecho lo que he podido, pero Damián pasa muchas horas solo y comenzó a tener malas compañías, tiene en su habitación un álbum lleno de recortes de prensa sobre ti, incluso tiene un póster tuyo que no sé de dónde habrá sacado...

-Un momento Jonás, yo no conozco a tu hijo, no sé nada de él ¿A santo de que...?

-Por favor déjame terminar. No te juzgo, la vida que has llevado habla en tu nombre. Siempre he admirado tu valentía aunque deplore tus actos, te has enfrentado a todos con un valor que jamás he visto en ningún otro hombre. Vengo a verte para pedirte que seas ese hombre valiente como ningún otro una última vez, mañana cuando vayas al patíbulo. Te deseo que encuentres la paz que nunca has encontrado en esta vida.

Le tendió la mano y se quedó mirándola. Por supuesto que iba a ser valiente, el valor era lo único que le quedaba.

-¡Lárgate de aquí majadero! No me hace falta que venga un mojigato como tú a decirme que debo ser como soy hasta el final ¡Fuera de aquí!

Su visita se marchó, lo desencadenaron y le preguntaron que quería cenar. No tenía hambre, aunque pidió una opípara cena que no tocó. Esa noche, por primera vez desde su detención no pudo dormir. Se bebió el vino de la cena. De vez en cuando se levantaba y daba vueltas por su celda.

-Hijo puta. Mascullaba.

A las 7 am fueron a buscarle. Le raparon la cabeza y le llevaron al compartimento-celda antesala de la silla eléctrica. La ejecución era a las 8 am. Cuando entró en la sala de ejecución aquello le pareció una feria. Había mucha gente sentada tras los escaparates de metakrilato. Aparte de familiares de sus víctimas, agentes de policía y organismos gubernamentales, había mucha gente de prensa, radio e incluso de televisión. Rechazó taparse la cara y se irguió para caminar hacia la silla. Miró un momento hacia las cámaras y suspiró. Todos los focos y miradas estaban pendientes, enfocándolo.

De pronto se arrojó al suelo y empezó a gritar y a llorar.

-¡Noooo...!, ¡No quiero morir!, ¡Por favoooor!, ¡Ayúdenme!, ¡No quiero moriiiiir!, ¡Os lo suplicooooo...!

Continuó así llorando y suplicando, se orinó encima y luego sollozando y rogando cuando no se le podía entender porque tenía esa bola metida en la boca.

El juez dijo su nombre y le informó que la electricidad iba a entrar en su cuerpo hasta causarle la muerte.

Los informativos y la prensa en general dieron la noticia al día siguiente.

"Un asesino menos en el mundo", "La serpiente lloró y suplicó cuando se vio ante la muerte", "Llegó incluso a orinarse encima del miedo ante su inminente ejecución", "El asesino impasible murió aterrorizado"...
Jonás escuchaba asqueado la televisión del bar donde siempre se tomaba una copa antes de volver a casa. Apuró el último trago y gritó al dueño del bar.

-¡Si quitas esa mierda, invitó a todos a una copa!

Tampoco le iba a costar mucho, solo había tres clientes esa noche.

-¿Que se celebra?

Le preguntó el dueño del bar.

-La valentía.

Contestó alzando su vaso y diciendo sin que nadie supiera a que se refería.

-Descansa en paz, valiente.

MIDNIGHTER TRENT (Javier Orta)

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